lunes, 20 de mayo de 2013

Entre líneas


“¡Ay!”, suspiraba tiernamente Alicia cada vez que Pablo venía a comprar a la panadería familiar, donde ella solía arrimar el hombro después de clase. Pablo era mayor, estudiaba en la universidad. Ciencias políticas, tercer curso. Era enérgico y decidido ¡todo un líder! Y ¡tan guapo!, con sus gafas de pasta y su pelo ondulado, siempre despeinado... “¡Ay!”

Alicia lo había intentado todo para atraer su atención ¡Todo! ¡T-O-D-O! Había llenado las paredes del negocio con posters y pegatinas de un argentino barbudo con boina negra y traje militar, el mismo de las camisetas que vestía Pablo. También había comprado en el rastro algunos libros de unos señores que a ella le importaban un bledo, pero que Pablo solía mencionar como “grandes autores”. “Hija, esto parece biblioteca”, le decía su madre. Pero nada daba resultado. ¡N-A-D-A!

“Alicia, te llamas Alicia, ¿verdad?”. Por un segundo pensó morir, su corazón se aceleró y apenas alcanzó un tímido “sí” a abrirse paso entre sus cuerdas vocales. Entonces, Pablo le brindó una sonrisa y sacó algo de su bandolera. “Toma, para tí”. Su mano temblorosa tomó el obsequio y entonces pudo leer la portada: “Alicia en el país de las maravillas”. “¡Ay!”, suspiró.

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