El tribunal apreció cierta rigidez
en su mirada. “El servicio tenía la noche libre. Mi esposo entró en el salón y
me miró. Yo reconocí aquella mirada. Se acercó y permanecí inmóvil, paralizada.
Me quitó el collar de perlas, me desnudó despacio y me condujo a la zona de la
piscina. No dije ni hice nada. 'Venga, ahora hazlo, como me gusta'. Entonces me
puse el collar del perro y entré en la jaula, como tantas otras veces. No lloré,
no quise darle ese gusto, sabía que eso le hacía sentirse aún más poderoso”. Concluyó:
“Yo sólo quería que todo aquello terminara”. Y el silencio invadió la sala.
No hay comentarios:
Publicar un comentario