viernes, 24 de mayo de 2013

La jaula de oro



El tribunal apreció cierta rigidez en su mirada. “El servicio tenía la noche libre. Mi esposo entró en el salón y me miró. Yo reconocí aquella mirada. Se acercó y permanecí inmóvil, paralizada. Me quitó el collar de perlas, me desnudó despacio y me condujo a la zona de la piscina. No dije ni hice nada. 'Venga, ahora hazlo, como me gusta'. Entonces me puse el collar del perro y entré en la jaula, como tantas otras veces. No lloré, no quise darle ese gusto, sabía que eso le hacía sentirse aún más poderoso”. Concluyó: “Yo sólo quería que todo aquello terminara”. Y el silencio invadió la sala.

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